Durante una larga, sureña y calurosa noche de cartas, el juego preferido era el Stud, especialmente,
una nueva versión del Stud que se jugaba con siete cartas. Durante esta maratoniana sesión, se
apostó una cantidad considerable de dinero y cuando iba despuntando el alba, había un jugador,
conocido por ser un embaucador, que recibía una y otra vez la carta que necesitaba justo cuando se
repartía la última carta, boca abajo.
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